En estos días a Tim Burton tiene andanzas de estrellas. Se le ve a menudo de la mano de Johnny Depp. Les gusta ir de compras a la juguetería Hamley’s de Regent Street en Londres, y colaboran juntos, película tras película. Parecen niños, compañeros de escuela en sus travesuras hollywoodenses.
Tim Burton ha estado detrás de las mejores y más lúgubres películas de Hollywood. La más reciente, Sweeney Todd parecía alcanzar rojos de sangre jamás antes vistos en el cine. Burton también estuvo detrás de Edward Scissorhands, Corpse Bride, Charlie and the Chocolate Factory y hasta una de las únicas películas de Batman que han valido la pena (a parte de la más reciente con Heith Ledger), Batman Returns.
Para muchos, parecerá pues extraño encontrar a un Tim Burton escritor. Cuando vi “The Melancholy Death of Oyster Boy and Other Stories” (1997, 2005) en el estante de una librería en Londres, el volumen me causó tan buena impresión que tuve que comprarlo. Me senté en una cafetería y leí rápidamente y sin detenerme sus 113 páginas.
Para mi sorpresa, el libro ni siquiera es reciente. Se disfraza, como la mayoría de la filmografía de Burton, detrás del velo infantil de lo dibujos animados, mientras su contenido desencaja lentamente la realidad. Como los personajes de Corpse Bride, los que habitan los cuentos de The Melancholy Death son como fósforos, aquejados por aberraciones físicas -monstruos si se quiere-. Su condición los limita y los condena a ser infelices y muchas veces a morir por ello. Entre ellos están el chico palillo que se enamora de un fósforo y se consume en fuego; la niña a la que le gusta oler pegamento y se le quedan los kleenex pegados de la nariz, o la más terrible de todas, el niño momia cuyos compañeros confunden con una piñata y matan a palos.
La tragicomedia creada por Burton se combina entre sus inocentes ilustraciones y el lenguaje poético en forma de balada que utiliza para fascinar al lector. La risa y el asco son inevitables. ¿Qué mente tan macabra puede concebir tan sencillas crueldades? En el caso de Tim Burton, la realidad se hincha, no solo para causarnos pavor y desagrado, sino para tomar perspectiva. El niño momia y el palillo son personajes convictos por sus condiciones. La mayoría de nuestros problemas son efímeros y mientras se resuelven, aún podemos reírnos de lo descabellado.
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